viernes, 17 de agosto de 2012

Encuentro con Tu Fu

Lunes, 23 de abril


           
Mi pabellón está en las afueras.
Desde aquí puedo extender la vista
hasta la infinita lejanía.
Altas las aguas diáfanas
y bajas las orillas.
Innumerables flores se abren
en árboles crepusculares.
Bajo la llovizna, los pececillos
danzan con alegría.
Desafiando el viento,
vuelan golondrinas.
En la ciudad pululan miles de casas,
y aquí vive una que otra familia tranquila.


            La vida de Tu Fu (712- 770) osciló entre la pobreza y el desencanto del mundo. Nieto de Du Shenyan, poeta reconocido de la dinastía Tang, creció en el seno de una familia de funcionarios e intelectuales. Comenzó a escribir poemas a la edad de siete años, siendo reconocido su talento desde muy joven. Como muchos otros hombres de letras, se dedicó a viajar por China antes de asumir ningún cargo público. A sus treinta cinco años se instala en Chang’an  (actual Xi’an),  la entonces capital del imperio, con el deseo de obtener un cargo público. Estuvo diez años intentándolo, empobreciéndose lentamente, hasta que en el 755 le dieron un puesto para custodiar el almacén de armas. Una vez asumido su cargo, regresa a Feng Xian para visitar a su familia, alejada de la miseria que imperaba en la ciudad. Allí le ocurre una de sus mayores tragedias: la muerte de su hijo, un bebé de menos de un año, asolado por el hambre.
            En ese tiempo estalla la guerra y Tu Fu tiene que huir hacia el norte, siendo capturado y apresado por los insurrectos.  En abril de 757  es designado Consejero Imperial instalándose en Feng Xian. Esta es la oportunidad que Tu Fu esperaba para contribuir a las mejoras de su país. Sin embargo, no duró mucho en el cargo. Sus críticas al Emperador le obligaron a abandonar definitivamente la corte.  La decepción nos la describe en su poema "Reflexiones en un viaje nocturno"

Las hierbas, livianas, se agitan
con la dulce brisa de la ribera.
De noche, se alza el mástil
de una barca solitaria.
Encima de la dilatada llanura,
cuelgan unas estrellas.
Las olas del inmenso río empujan
hacia delante a la luna flotando.

La fama que tengo no la atribuyo
únicamente a mi pluma.
Viejo y enfermo, debo abandonar
el cargo de funcionario.
Solo y a la deriva, ¿qué parezco?
Una gaviota entre la tierra y el cielo.


            Después de abandonar la corte, Tu Fu estuvo malviviendo en varias ciudades hasta que su íntimo amigo Yan Wu, gobernador de Sichuán, le acogió en Chendgú construyéndole una choza y ayudándole económicamente. Tu Fu vivió solamente cuatro años en esta ciudad, yéndose al morir su amigo. Sin embargo, no sólo pasó aquí uno de los periodos más fructíferos de su vida, sino además uno de los más felices y solventes. Escribió en esta época 240 poemas entre los que se encuentran algunos tan conocidos como el titulado “Con motivo de mi choza destruida por el viento otoñal”.  El parque de Tu Fu es también un museo en el que se narran los acontecimientos más importantes que le sucedieron. La choza no es original, ya que se destruyó cuando Tu Fu aún vivía; dado su interés cultural,  volvió a alzarse en el siglo X, como un homenaje que la "ciudad del brocado" le brindó. Quedó arrasada nuevamente con el terremoto de 2008, y  Chengdú repitió su esfuerzo en honor al poeta. Ahora es un extenso jardín, con varios pabellones, en el que se recrea por un lado, la cotidianeidad del escritor, con muebles de época,  mientras que en otros se recoge su vida de forma ilustrada

Con motivo de mi choza destruida por el viento otoñal

Septiembre. Pleno otoño.
Un vendaval rugiente,
sacudiendo mi choza,
se lleva tres capas del techo
y esparce sus pajas
por la ribera opuesta.
Algunas colgadas de los árboles
y otras sobrenadan en las charcas.

Unos chicos de la aldea Sur
valiéndose de mi senectud,
las recogen y huyen presurosos
al bosque de bambúes:
así me roban los muy ladrones.
Con los labios abrasados
y la boca tan seca,
no puedo ni lanzar ni un grito.

Apoyado en mi bastón,
vuelvo a casa suspirando.
De pronto, el viento cesa,
las nubes se tornan como tinta,
y el cielo se encapota en silencio.

Mi manta, usada durante años,
está fría y dura como el hierro.
Durmiendo mal, mi pequeño hijo
acaba por romperla.
Delante del lecho,
gotea el tejado,
sin dejar sitio seco.
La lluvia no se interrumpe
como los hilos de cáñamos.
Desde el inicio de la guerra,
no he podido dormir tranquilo.
Esta noche, todo mojado,
sufro un insomnio tormentoso.

Ojalá se levantaran  miles de mansiones
que den albergue y alegría
a todos los pobres del mundo,
librándoles de vientos y lluvias.
Si viera alzarse estos edificios ante mí,
aunque se derrumbara mi choza y me congelara,
moriría contento y feliz. 


            La gran humanidad de Tu Fu, su empatía con el más débil, le ha hecho pasar a la historia como el “poeta santo compasivo”. Su poesía abarcó todos los temas que trataba la literatura china: la añoranza, la fugacidad del tiempo, la amistad, el amor, la naturaleza, la crítica social. Montañas, lunas,  monos,  bambúes,  tópicos que se reiteran constantemente en la poesía china, y que Tu Fu también utiliza. No por ello su escritura nos resulta manida. La emotividad de sus versos, su acertada concisión dotan su canto de plena actualidad.Tu Fu escribía para al lector del siglo VIII, y sin embargo nos dice mucho al lector del siglo XXI. Educado desde niño en las doctrinas del confucionismo, tuvo siempre muy presente que el hombre de letras debe contribuir al bien de su pueblo, amar al prójimo, servir al soberano, y hacer que sus escritos tengan un carácter didáctico. Por eso, es frecuente encontrar en los versos de Tu Fu una crítica social o un hondo lamento por la situación de su patria («Las guerras de más de diez años/ han sumido en las tinieblas cien reinos./ El viajero se envejece/ en la solitaria ciudad extraña. / ¿Podrá ver de nuevo ríos y montes/ tan amados de su tierra?/ Hundidos los hombres en los sufrimientos./ Sueltos los chacales por doquier»). La aversión hacia esa guerra que devastaba el mundo del poeta se hace presente en muchos de sus poemas como cuando describe la llegada a su aldea de un guerrero, con sus vecinos que le dan la bienvenida con un vino de escasa calidad pues no hay jóvenes que cultiven el campo, y todos lloran. La añoranza del poeta al recordar a sus hermanos ausentes, sin noticia de ellos porque las cartas no llegan en tiempos de guerra, o la crítica que hace al emperador quien sigue en su afán de dominio sacrificando miles de vidas, nos recuerdan el horror del conflicto bélico. La desolación absoluta se transmite en el poema  dedicado a la despedida del recluta anciano

En los suburbios ya no hay tranquilidad,
y en mi vejez no puedo gozar de paz.
Mis hijos y nietos han muerto en la guerra.
Sin ellos no tiene sentido mi vida.
Abandono el bastón y empuño la espada.
Mis vecinos contemplan tristes la escena,
viéndome decrépito y en huesos secos,
sin tener nada sano excepto los dientes.
Ya vestido de soldado, me despido
arrogante y marcialmente del alcalde.

Mal abrigada, mi vieja esposa llora
acurrucada en un rincón de la calle.
Al despedirnos tal vez para siempre,
me duele verla tiritar de frío.
 «Sé que no volverás – me dice-.
Cuídate, cuídate mucho,
y trata de alimentarte lo mejor posible».

«No te preocupes, cariño.
La fortaleza de Tumen es vulnerable.
El enemigo no podrá cruzar el río Singyuan.
Allí la situación es mejor que en Yechen,
y por ahora no hay peligro para mi.
La separación es inevitable en la vida.
¿Y quién podrá escoger el momento?
Recordando nuestros lozanos abriles,
prorrumpo en suspiros y lamentos.
Los incendios refulgen en los llanos y valles.
Los cadáveres se pudren entre matorrales.
La sangre tiñe la tierra y los ríos.
¿Dónde podremos hallar un refugio?
Ya es hora de marcharme,
no puedo quedarme, cariño».

Al abandonar mi humilde barraca,
siento que está destrozándome el alma.


            La amistad en la sociedad agrícola medieval china era un acto social, un reflejo de buen comportamiento y de  caballerosidad. Por eso, juega un papel tan importante en la poesía. En un mundo en el que el buen funcionario debía ser además poeta,  donde la movilidad estatal estaba a la orden del día, son frecuentes los reencuentros y las despedidas, las celebraciones acompañadas de un buen vino

  
A Wei Ba, letrado en retiro

En la vida es muy difícil
que dos antiguos amigos vuelvan a verse.
Tanto como la conjunción de los luceros
matinal y vespertino.
¡Bendita la noche de hoy que nos reunimos
aquí, a la luz de un mismo candil!
Ha pasado rauda
nuestra edad lozana.
Ahora nos cubren las canas.
Al visitar a los viejos compañeros,
encuentro que muchos de ellos son ya espectros.
La sorpresa me hiela,
y el dolor mis entrañas quema.
¡Quién se hubiera imaginado
que vendría a tu casa tras veinte años!
Al separarnos eras aún soltero,
y hoy nos rodean tus hijos e hijas.
Me acogen con cariño y respeto,
y me preguntan de dónde vengo,
por qué camino, qué tal el viaje.
Antes de que pueda contestarles,
los mandas por vino y manjares.
Recogen en la lluvia puerros frescos,
y sírvenme una comida deliciosa.
Te alegras tanto del encuentro,
que apuras de una vez diez copas.
Me emociona el calor de tu afecto,
mas me apeno por lo que vendrá mañana:
nos separarán de nuevo ríos y montañas,
y nos espera un futuro incierto.


            También fue habitual la amistad entre los poetas y que éstos se dedicaran versos unos a otros. Desde los catorce años Tu Fu fue reconocido como un buen lírico y comenzó a frecuentar amistades literarias. Su admiración por el gran escritor Li Bae quedó patente en varios de los poemas que le dedica

Ya tres noches seguidas he soñado contigo.
Estabas a mi puerta,
pasándote la mano por el blanco cabello,
como si una gran pena te acibarase el alma…
Al cabo de diez mil, cien mil otoños,
no tendrás otro premio que el inútil
de la inmortalidad.

            A diferencia de la importancia social que conllevaba la amistad, el amor era considerado como algo privado. Por eso, la poesía china en este campo no es tan pródiga como la occidental. Los poemas de Tu Fu no cantan directamente al amor que siente hacia su esposa pero la ternura y el cariño que le profesa se hacen evidentes en muchos de sus versos

Una noche de luna

Lejos, en la oscuridad de su alcoba,
contempla mi esposa
la luna argentada.
Mientras mis pobres hijitos
aún no saben compartir
sus profundas añoranzas.
La neblina humedece
sus negros cabellos,
que perfuman el ambiente.
El frío traspasa
sus brazos de jade blanco,
bañados en luces.
Oh, ¿cuándo podremos
admirar la luna,
juntos, hombro a hombro,
bajo la cortina de la ventana,
hasta que se sequen
las lágrimas de nuestros ojos?


           
            En el año 765 el poeta abandona definitivamente Chengdú, y comienza el que sería su viaje final: el regreso a su pueblo natal. Acosado por la enfermedad, inicia un largo camino atravesando ríos y montañas. Sin embargo, la diabetes y la malaria le acosan constantemente. Muere cinco años después, en un barco sobre el Rio Xiangjian. Tu Fu  nunca llegará a su aldea. 

Escrito en el río Chu

¡Qué panorama tan desolado
el del río en otoño avanzado!
Las hojas de lotos, marchitas,
con el viento se quiebran.
El viajero se lamenta
por las canas que aparecen.
Las olas se llevan
arenas blancas y piedrecitas.
Y el triste ánsar busca su compañía.




Lejos de mi tierra
lloro el triste otoño,
y los viajes me parecen interminables.
Abrumado de años y enfermedades,
subo solo a la montaña.
Las penurias y congojas
han hecho abundar mis canas.
No puedo sino dejar de lado mi copa.

  
            Tu Fu, junto con su amigo Li Bae, son  los dos grandes escritores de la dinastía Tang. En una época en la que hubo más de dos mil quinientos líricos, los versos del “poeta santo compasivo” lograron no sólo imponerse al resto, sino trascender el tiempo y seguir conmoviéndonos once siglos después de su creación. Mientras abandono la capital de Sichuán, me doy cuenta de que hoy, hace casi cuatrocientos años, era enterrado don Miguel de Cervantes. Tu Fu y Cervantes, dos grandes genios a quienes la humanidad les debe mucho,  que padecieron la pobreza y la incomprensión. La lluvia primaveral cae por la ventanilla, el poeta me despide con sus versos

La benigna lluvia conoce su temporada
y llega justamente en primavera.
Con la brisa, se desliza en la noche negra.
Y calladita, reparte frescor y caricias.
Se vuelven oscuras y las nubes y las sendas.
Sólo brilla la débil luz de un barco que llega.
El alba nos muestra la ciudad Brocado entre flores encarnadas,
que, totalmente empapadas, inclinan las ramas.           


Los poemas han sido tomados de:  Poesía clásica china, ed. Guojian Chen, Madrid,  Cátedra, 2002 y Segunda antología de la poesía china,  trad. Marcela de Juan, Madrid, Alianza, 2007.


martes, 14 de agosto de 2012

Recordando a Chu-lin

Domingo, 22 de abril



            Bing Dian es un jovencito nacido en el año 2000, despierto, y cuya pasión es comer bambú pero no a ras del suelo, siempre subido a las ramas más altas. La reserva de investigación y crianza del oso panda de Chengdú es un parque de cien hectáreas creado con la intención de evitar la extinción de este encantador mamífero. El bambú se hacina en todo el territorio mientras otras especies de animales sirven de compañía al principal protagonista. Un lago, en el que nadan cisnes negros de largo pico rojo se extiende por la zona oeste. El sempiterno murmullo de las aves se oculta a veces ante el fluir vivaz del agua. El calor y la humedad condensan de tal forma la atmósfera que uno parece estar en la propia selva. La vegetación es exuberante, y sus cuatrocientos tipos de árboles, desde el ginkgo a la magnolia, convierten este espacio en un auténtico vergel. Los minibuses eléctricos recorren en silencio las principales vías depositando y cogiendo turistas. Visitar a pie libremente esta extensión es prácticamente imposible. Lo mejor es seguir los indicadores e ir conociendo poco a poco a Li Li, Cheng Gong, Bing Dian, Qin He o Ke Bi.




            Estos osos panda disponen de mucho mayor espacio que la mayoría de sus semejantes en cualquier zoo del mundo. Los osos están divididos según las edades que tienen, de forma que los más maduros conviven en un mismo cercado diferente al de los osos adolescentes. Los más pequeños crecen en la "guardería- panda" y se ejercitan subiendo y bajando  rejas, llamando la atención a los turistas que les miran divertidos detrás del cristal. Mientras esto ocurre en el interior, los osos más jóvenes mastican bambú echados sobre el suelo, o sobre tablones de madera dispuestos sobre los árboles. Tienen recorrido suficiente para subir y bajar, quedarse en sus cuevas, o simplemente, dormitar ajenos a las miles de fotos que les enfocan. Su vida parece transcurrir plácidamente.










            Desde que te adentras en el parque son numerosos los carteles que te avisan de que guardes silencio evitando asustar a los animales. Realmente éste es un espacio creado no para el hombre, sino para el oso panda. Allí te sientes como un invitado donde el anfitrión no es el ser humano. Los osos panda son mimados y tratados con el máximo respeto. Cada uno de ellos tiene su ficha con su propia leyenda. Llama mi atención la historia de Ke Bi, que al nacer durante los juegos olímpicos de Barcelona, el entonces presidente del comité Juan Antonio Samaranch, le eligió como mascota de los mismos. También Li Li está de enhorabuena. Ha tenido dos cachorros hembra,  y goza de una salud envidiable. Nada que ver con la joven enfermiza que tantas preocupaciones ocasionó a sus cuidadores. Qing He es más joven. Vio la luz por primera vez en el 2001, justo cuando se proclamó la elección de Pekín como capital olímpica, y por eso su nombre significa “celebración”. Bing Dian aventaja sólo en diez días a su amiga Cheng Gong, nacidos en septiembre del año 2000. A pesar de ser más inquieto, ambos tienen una cualidad en común: la limpieza. Al menos, así lo afirman quienes están a su cargo.





            A mi regreso pienso en la gran contradicción del ser humano. Destruimos primero y después nos empleamos en enmendar el daño que se ha hecho. El ying y el yang, el bien o el mal. El lugar de los osos panda y de tantos otros animales no está en los zoos, ni en reservas, sino en su propio hábitat. Los bosques de bambúes en las altas montañas han sido reducidos por la acción devastadora del hombre y el oso panda, tranquilo y solitario, lo tiene muy difícil para sobrevivir. El recuerdo de Bing Dian, degustando su caña de bambú, hace que me sienta impotente por un lado, esperanzada por otro, completamente confusa y desbordada al mismo tiempo, o como mejor diría el poeta Cheng Chu – Yu

Envaino despacio la espada de mi mirada
y cierro los ojos a los mares y a las estrellas.
Olvidado por el universo;
olvidando el bien, olvidando el mal,
soy más grande que el infinito
y más pequeño que un grano de arena.



sábado, 11 de agosto de 2012

Ópera prima

Sábado, 21 de abril

            Caminar por Chengdú y no degustar su gastronomía es como acercarse a Asturias y quedarse sin disfrutar nuestro líquido áureo, la sidra. La gastronomía sichuanesa se caracteriza principalmente por su “olla caliente”, un gran cuenco de acero inoxidable que viene acompañado de agua y muchas especias. En las mesas de estos restaurantes hay un hueco a modo de fogón en el que se inserta la olla y comienza a hervir. El camarero desfila intermitentemente trayendo distintos platos. Desde tiras de carne tan finas que semejan a nuestro jamón hasta albóndigas, tofu,  verduras  y especialmente, pasta.


         Todo viene crudo, y el comensal tendrá que hacer un alarde de elección y de pulso, pues se trata de coger con los palillos la comida, meterla en un agua abrasador, esperar la cocción y después, recuperarla entre un caldo burbujeante. La “olla caliente” está dividida en dos de forma que hay una sección picante y otra menos picante.


         En Sichuán aquello que se tilda como “no picante” ya es demasiado para el paladar español, así es que si algún intrépido occidental se atreve con la parte más sazonada, lo más probable es que comience a expirar aire sintiéndose un auténtico dragón. El “hot pot” ya me era conocido de mis incursiones al restaurante mongol cercano a la universidad. Difiere uno de otro en los platos que se introducen en la olla pero la técnica es la misma. Según me comenta Yang, el origen de la “olla caliente” es de Sichuán pero después fue expandiéndose por otras provincias y adquiriendo su propia idiosincrasia. La comida es exquisita pero  llega un momento en que dejas de sentir el sabor de la cerveza;  el paladar arde de tal forma que se hace insensible al gusto de cada ingrediente. Dicen que es el mejor antídoto para el calor, y tal vez sea así. Lo que es una lástima es la pérdida de sensibilidad gustativa que va in crescendo a medida que pruebas nuevos sabores.


             Si la gastronomía sichuanesa es toda una experiencia, tampoco deja indiferente otra de las características de esta región: su ópera, con el rápido cambio de máscaras y la expulsión de fuego de la boca. Las casas de té suelen ofrecer este tipo de espectáculos. De entre todas, Yang me recomienda asistir a una de las más conocidas, Shufengyayun no sólo por su situación céntrica sino también porque los bastidores están abiertos al público, y puedes ver la preparación de los mismos, un espectáculo previo al espectáculo.  Esta tetería se encuentra dentro del parque de la Cultura, muy cercano a la casa de Tu Fu y al templo del marqués Wo. Como voy con tiempo, deambulo entre los árboles sin saber la grata sorpresa que me aguarda. Un grupo de mujeres está practicando danza china, y me invitan a unirme a ellas. No me hago de rogar. Me uno a ellas, mientras intento imitar la belleza de su danza. Es una música suave, apacible; los movimientos de los brazos y las piernas se deslizan por el aire sin romper la atmósfera,  acariciándola de forma que poco a poco, vas sintiendo la unión sosegada de tu cuerpo con el mundo que te rodea.
           

         Me despido de mis nuevas amigas y me adentro en el mundo fantástico de Shufengyayun. En la tetería destaca su gran patio interior que han acomodado como teatro. Me recuerda a las gradas de los corrales de comedia del Siglo de Oro, pero en este caso, es mucho más espacioso. Lo más peculiar es que delante de las sillas hay un pequeño banco que a modo de mesa sostiene un juego de té.  El ritual es en sí mismo todo un espectáculo: el té se deposita en la taza, y seguidamente, la camarera con una tetera de latón  de larguísimo tubo escancia el agua hirviendo sin aproximarse al cliente. De esta forma, puede seguir la ópera sin ser molestado.



         En uno de los laterales, los actores se visten y se maquillan de forma extraordinaria. Trajes largos de seda, pinturas que de pura perfección parecen rostros de porcelana, y banderas que colocadas a la espalda, imitan las alas de los ángeles. 




        La magia comienza con la primera pieza, una música realizada con gongs y tambores que recoge lo mejor de la tradición folclórica de Sichuán.  El acontecer de las historias oscilan entre la comprensión y la imaginación. Así, los huqin o instrumentos de cuerda, como el erhu y el gaohu, hablan de la historia de amor entre Liang y Zhun o  un hada muñeca nos relata las maravillas del mundo.





       También me deslumbra el juego de luz y sombras que originan múltiples animales tan solo con el movimiento de los dedos y las manos. Sin lugar a duda, el cénit llega con el último número, las máscaras cambiantes y las bocas surtidoras de fuego. Es una lástima no poder comprender la letra, y que la música resulte tan extraña, ora atrayente, ora chirriante. Tengo la sensación de que el espectáculo prima sobre la melodía, una mezcla de máscaras, gestos y bailes que persisten en mi memoria más que el sonido disonante de sus notas.


      
      De regreso al hotel, me viene a la memoria la música armoniosa de Mozart o de Haëndel. ¡Qué extraño que en el país de la mesura su ópera sea todo lo contrario! Por primera vez, me siento realmente en otro mundo,  muy lejos de casa.