Sábado, 17 de marzo
El
paseo por la zona de Sanlintum tiene un sabor europeo. Sus avenidas llenas de
embajadas y las lujosas tiendas contrastan con los callejones oscuros de las
puertas de atrás. Entro en un centro comercial desde donde puedo observar
calles impolutas, edificios acristalados de grandes rótulos («Emporio Armani»,
«Mont Blanc »…)
mientras me adentro en un largo pasillo con techos de madera de primera calidad.
Si la zona frontal me hace perder el sentido de la ubicación, no saber si estoy
en Madrid, o París, la zona trasera del edificio me devuelve a la realidad: estoy
en Pekín.
Entre
los muchos establecimientos hay uno que llama especialmente mi atención: jamón
de Jabugo, vinos de Rioja… y un cartel en inglés y en chino donde se explica
que tienen los mejores productos de España. El precio… cuatro veces más que en nuestro
país.
Frente a la tienda Taste Spain un
anciano vende globos, ajeno completamente a la ostentación que le rodea. De
nuevo, la idiosincrasia de un pueblo donde el lujo y la miseria conviven
mirándose sin tocarse, capta nuestra atención. ¿Es ésta una forma de entender
la armonía china?
Primero,
porque tienes que llevar escrito con caracteres chinos la dirección a la que
vas. Segundo, porque muy probablemente el taxista no conozca la calle, así es
que o bien te dice que no te lleva, o bien se pierde tres o cuatro veces, se
baja del taxi, pregunta a sus conciudadanos, y así hasta que llegas al lugar. Afortunadamente, moverse por Pekín en taxi aún
no es caro.
Dejo atrás la Europa pekinesa de Sanlitum y me dirijo al Instituto Cervantes. Los grandes edificios de formas oblicuas dan la espalda a las casas bajas mientras el taxista intenta averiguar dónde está exactamente el lugar que pide su cliente. Esto tampoco es una novedad para mí. Los taxistas no hablan ninguna lengua occidental, y mi chino es aún demasiado limitado como para dar explicaciones. Coger un taxi en Pekín es también toda una aventura.
El
Instituto Cervantes es un sólido
edificio de seis plantas. Como me habían invitado a visitar el centro pregunto
por mi contacto pero ya se había ido. En
su lugar, me atiende una de sus compañeras, Ainhoa Han, quien se muestra
encantada de enseñarme el Centro y de practicar su español. Lo que más me
fascina es la biblioteca, llena de estudiantes chinos, y sobre todo, su buen
fondo bibliográfico, y su surtida filmoteca. Es como estar en casa.
Ainhoa
me presenta a varios profesores españoles y al personal de la biblioteca. Todos
llevan unos cuantos meses en esta ciudad y, por el momento, están contentos de vivir en Pekín. Lamentablemente,
cuando les pregunto si quieren volver a España, como si se tratase de una
música aprendida, el estribillo siempre es el mismo: ¿A España, a qué? ¿A estar
en el paro? Yo les observo en silencio, mientras pienso que todos ellos han
estudiado, que todos ellos tienen un buen currículum y efectivamente, ¿a
España?, ¿a qué?, ¿a ser uno más en la enorme lista del paro?
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