miércoles, 27 de junio de 2012

Buscando la armonía

Sábado, 14 de abril

         
            Pekín es una ciudad en la que confluyen todo el estrés del mundo capitalista y toda la armonía del taoísmo. Para encontrar un poco de calma y poder compensar la esquizofrenia colectiva basta ir a uno de sus muchos lagos y parques. Ningún lago en Pekín es natural, pero los emperadores se encargaron de crear canales y estanques lo suficientemente caudalosos como para poder navegar en ellos. Esta vez el objetivo se encuentra en el parque Bei Hai. Fue jardín imperial durante más de mil años y desde 1925 es parque público.



            Al fondo puede contemplarse el parque Jing Shan construido durante la dinastía Yuan (1279 – 1368). La colina, que es la única que se percibe desde Bei Hai se creó con la tierra del foso excavado alrededor del palacio del emperador ming Yongle. Este gobernador destaca, entre otros logros, por trasladar la capital de Nankín a Pekín en 1403. El parque estuvo comunicado con la Ciudad Prohibida durante siglos y su finalidad era protegerla de los malos espíritus procedentes del norte, que traen, según la mentalidad del Feng shui,  la muerte y la destrucción.



            El parque Bei Hai gira en torno al lago, y tiene una superficie de 69 hectáreas, 39 de las cuales están cubiertas de agua. Su creación data del año 938, durante la dinastía Liao. A medida que se fueron sucediendo los monarcas, el parque fue enriqueciéndose con pabellones, templos, y muros de dragones. Lo más destacable a primera vista es la Dagoda Blanca que ondea sobre la isla de Jade. Esta isla también fue erigida con el excedente de tierra extraída al hacer el lago. La Dagoda Blanca es una estupa edificada en 1651 cuando el quinto Dalai Lama vino a Pekín.



            Sin embargo, este locus amoenus podría convertirse en uno de tantos lugares placenteros si sus ciudadanos no lo hiciesen especial. Decenas de chinos se concentran por sus calles para hacer tai – chi, caminar con paso apresurado, o contemplar cómo la brisa mece los largos cabellos del sauce. A medida que me voy adentrando en sus secretos oigo con más claridad una música seguidamente de voces humanas que emiten sonidos ininteligibles. Mi sorpresa no tiene parangón cuando veo a un grupo de señoras reunidas en torno a un micrófono con sus altavoces correspondientes chillando a grito pelado algo que se asemeja a música. ¿Vergüenza de hacer el ridículo? Ninguna, felicidad plena de estar haciendo lo que les apetece. Al fin y al cabo es una diversión inocua para el resto de los ciudadanos salvo para nuestros selectos oídos. Todo es cuestión de armonía espiritual aunque a veces dicha armonía llegue a hacer callar hasta a los pobres pájaros que parecen haber huido ahuyentados por la música atonal. Yo hago también lo propio, y me voy alejando del ruido mientras me adentro en un mundo de templos, pabellones y árboles en flor.





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