Jueves, 23 de febrero de 2012.
Cuando en Oviedo comencé a contar
mi nueva aventura, el irme un semestre como profesora a la Universidad de
Estudios Extranjeros de Beijing, la gran pregunta de muchos amigos era: ¿sabes comer con palillos? Lleva
por si acaso un tenedor.
Y ésa era mi principal
preocupación cuando decido, en mi segundo día, adentrarme en un restaurante y
degustar la buena comida china. El pensar en el pollo con cacahuetes, la sopa
de maíz, las patatas cortadas a modo de soja, y un buen arroz abría mi apetito
de tal forma que actué como todo buen viajero que se precie en estos casos:
entrar en el restaurante que más lleno estuviese de pekineses y menos de
occidentales.
Mientras pensaba si recordaba cómo coger los palillos, llegó una
camarera y me extendió sonriendo la carta. Primera sorpresa: estaba toda en
chino. Intento hablar con ella y preguntarle, en un esforzado español cargado
de palabras inglesas, si no tiene una
carta en inglés. Y la camarera toma el bolígrafo y comienza a señalarme los
platos mientras yo me quedo encandilada escuchando unos sonidos totalmente imperceptibles.
Algo así como: chunchenchaaataemaaa. Y claro, le señalo aquello que mejor me
parece porque veo que comienza a inquietarse. Al fin y al cabo, el restaurante
está, aunque parezca extraño en China, lleno de chinos.
Después de mi éxito al
conseguir algo que todavía hoy sigo preguntándome qué era, me dispongo a
pedirle un agua del tiempo para beber. Tras varios gestos, ver que pasa una botella transparente
mientras mi índice sigue su curso, y explicarle muy claramente que la quería
del tiempo, la buena mujer me trae un agua gélida, un plato tan exquisito como misterioso, y la cuenta,
que como estaba claramente trazada en números, ya no había problemas de
interpretación.
¡Maravilloso lenguaje aritmético que no entiende de barreras
fónicas ni gramaticales! Finalmente, mientras degustaba la comida y tomaba el
arroz con palillos, no podía dejar de preguntarme si más que un tenedor no
hubiese sido mejor traerme un buen traductor electrónico.
El viaje-aventura de Catarina Valdés a China me ha recordao de golpe el de García Lorca a Nueva York (1929/1930). Hay ciertos parecidos: Universidadd de Columbia/U. de Beijing, juventud, ganas de ver y saber (principio de la sabiduría), etc. Hay también notables diferencias, porque aquí no hay necesidad de huir ni ambiente oprimente como el que sentía Federico; Catarina vive dulcemente (pero trabajando duro) ente su Pola del alma y la cosmopolita Oviedo, y por otros horizontes.
ResponderEliminarAdemás de las clases y de la vida cotidiana... tiene que haber ya un cuaderno con las primeras anotaciones íntimas que luego se traducirán en "A la sombra de las Sóforas", o algo así. Javier Campos