domingo, 27 de mayo de 2012

El jardín de la vista sublime


Miércoles, 4 de Abril

            Lo maravilloso de estar en una ciudad milenaria es el reencuentro con el pasado una y otra vez. En uno de mis paseos descubro una estatua de rostro firme y apacible, con un libro abierto en la mano. Con un porte de dignidad, el hombre está absorto en sus pensamientos, y hay en él una mirada melancólica y serena, incluso triste. Nada de esto nos extraña. El personaje vivió durante la dinastía Qing, en el siglo XVIII, proveniente de una familia de la nobleza, tan culta como decadente. El escritor del Quijote chino, al igual que nuestro Cervantes, pasó por vicisitudes y miserias llegando a necesitar incluso la ayuda de sus amigos. Orgulloso e independiente malvivió en las afueras de Pekín, escribiendo y viviendo los últimos años de su vida en lo que hoy se llama La casa de las hojas amarillas o Memorial de Cao Xueqin en el Jardín Botánico.  



            Sueño en el pabellón rojo  narra la historia de Baoyu, joven aristócrata de la familia Jia, y el amor que siente hacia su prima, Lin Daiyu. Sin embargo, es mucho más que una historia de amor. A lo largo de ciento veinte capítulos, ochenta escritos por Cao Xueqin, uno se adentra en la atmósfera de las familias aristócratas,  Xue, Shi, Wang, mientras el ambiente opresivo y bello va guiándonos hacia un mundo que se termina, en auténtico declive. Jia Baoyu es destinado a vivir en una de las estancias de la gran mansión conocida como “El jardín de la vista sublime”. Allí, rodeado de mujeres, pasa su infancia en un mundo idílico donde se fomenta el conocimiento y el intercambio de cultura. El gusto por lo nimio, por el pequeño detalle aproxima  la novela a la pintura flamenca del Renacimiento. A lo largo de más de dos mil páginas, van apareciendo personajes, y el lector llega a conocer la vida que transcurre de pabellón en pabellón en un mundo de señores y sirvientes que tan familiar le era al propio autor.


                                                                                        
                Como la vida de Cao Xuequin, que fue poco a poco haciéndose imperceptible, la figura que le representa pasa desapercibida al visitante que busca con ansiedad encontrar el paseo de los melocotoneros en flor. Sin embargo, la gran estatua medio oculta en un lado del jardín, nos recuerda que hay otro tipo de “vista sublime”. Basta con saber buscar esas páginas que al igual que su efigie nos miran,  y aguardan.




No hay comentarios:

Publicar un comentario