viernes, 4 de mayo de 2012

Chinalandia

Domingo, 25 de marzo


            Si uno tiene el propósito de visitar una zona de Pekín el mejor consejo es que coja directamente un taxi o vaya en metro, aunque la zona deseada bien pueda recorrerse a pie. El peligro está en callejear por sus calles, llenas de vida, que constituyen por sí  mismas todo un fotograma. Probablemente entonces, si decides pasear, nunca llegues a tiempo al lugar elegido. Para evitar tentaciones esta vez me voy en metro directamente a la zona de Qian Men. Lo primero que se ve es la Torre de la Flecha o Jian Lou.



            Jian Lou fue construida en 1439 y se caracteriza por sus 94 aspilleras desde las que se disparaban las flechas. Frente a ésta, se encuentra Qian Men Dajie.
            Esta calle comercial parece sacada de una película de Disney con estilo oriental. Los guardas a la entrada garantizan que ese mundo ideal no sea interrumpido por ningún imprevisto desagradable. Los barrenderos están constantemente limpiando el suelo, de forma que todo está tan impoluto que más semeja  una calle de Oviedo que la ancestral China. Las multinacionales Swatch, Sephora, Zara… no han querido desaprovechar este espacio idílico y, con sus fachadas de corte oriental, dan un toque de globalización a la zona. Este y Oeste conviven perfectamente en esta calle donde todo semeja un cuento de hadas.
            Como si de un perfume embriagador se tratase, también las gentes que recorren Qian Men Dajie parecen contentas. Todos son orientales y de repente, me veo entre una multitud asiática y tomo conciencia de que mi físico es diferente. Algunos piden hacerse fotos conmigo. Otros me sonríen y me dicen Hello. Y los hay más atrevidos, que te dicen Hi, Beautiful y que entonces comienzan a contarte su vida. En su mayoría, son turistas venidos de provincias que quedan deslumbrados ante tanto esplendor.



Yo sigo mi recorrido y no puedo evitar pensar que apenas dos calles más adelante mi amigo Cui Yong y su estupenda librería de viejo viven prácticamente en la miseria, y que los hutongs, con sus gentes humildes, comienzan en las mismas callejas que se abren en Qian Men. Creo que la auténtica china no está en esta calle, sino en los cientos de  callejones que se extienden a lo largo de este eje comercial.
            Entre los establecimientos que más llaman mi atención se encuentra una tienda de té, con una escultura a la puerta invitándote a entrar. Decido hacer caso omiso a la indicación y  me adentro en el local contiguo, una librería. Nada tiene que ver este comercio de Qian Men Dajie con la librería Zhengyang. Sus anaqueles llenos de libros, y la limpieza que se respira están acorde con la filosofía de toda la calle. Las gentes ojean las páginas y se quedan dentro a leer, sea de pie, o sentados en el suelo. Entre las obras recomendadas hay varios clásicos occidentales, y entre ellos, emerge una de mis novelas favoritas de la infancia: Las aventuras de Tom Sawyer, por supuesto, traducido al  chino.


            Como no hay ningún ejemplar que me interese en las lenguas que conozco, me ocurre algo excepcional: salgo de la librería sin haber gastado ni un solo céntimo de mi cuenta bancaria. Termino el recorrido de la calle y al cruzar la puerta de Jian Lou mi vista se estrella con la torre de Zhengyang Men. Ésta era la puerta más impresionante de las nueve que constituían la muralla interior de la Ciudad Prohibida. Su finalidad era separar los barrios imperiales de la Ciudad China. Sus sólidos muros fueron durante siglos el símbolo de un mundo inexpugnable, accesible tan sólo  a unos cuantos privilegiados o a unas cuantas víctimas. Si al frente de Zhengyang Men queda un mundo globalizado, una China que sueña con llegar a ser la primera potencia mundial, en sus sólidos muros se esconde el pasado, ese mundo que la princesa Der Ling nos narró de forma excelente los dos años que pasó al servicio de la última emperatriz, Tzu Hsi. El legado del pasado convive con la China  capitalista al igual que los hutongs  lo hacen con las calles de lujo, mirándose siempre unos a otros, a una prudente distancia, y en aparente armonía.





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