miércoles, 8 de agosto de 2012

Tras las huellas de Zhuge Liang


Sábado, 21 de abril

           
          El templo del marqués de Wu es un gran complejo arquitectónico reconstruido durante la última dinastía de emperadores, la dinastía Qinq, entre los siglos XVII y XVIII. Sus orígenes datan del siglo I a. de C. pero el templo adquiere importancia cuando se erige en honor de Zhuge Liang. Este personaje, nacido en la provincia de Shandong en el año 181 d.C., jugó un papel fundamental en las luchas intestinas que asolaron China en ese periodo. Fue testigo del fin de la dinastía Han; sufrió durante catorce años la guerra civil que asoló China y vivió el comienzo de un nuevo periodo histórico, el de los Tres Reinos (220 – 589). 



        Primer ministro del emperador Liu Bei, la leyenda cuenta cómo en su lecho de muerte el rey le pidió a Zhuge Liang  asumir el trono sólo en el caso de que su descendiente, Liu Shan, no sirviera para el mismo. Zhuge Liang cumplió lo prometido, siendo considerado desde entonces como un modelo de sabiduría y lealtad. Inmortalizado en la novela histórica atribuida a Luo Guanzhong en el siglo XIV (Romance de los tres reinos),  adquiere popularidad  gracias a la película del director John Woo Acantilado rojo, en la que se relata uno de los pasajes de la obra medieval, concretamente el de la batalla homónima al largometraje. En este pasaje, Cao Cao es derrotado por Liu Bei.  Al igual que la figura de nuestro Cid Campeador inspiraba terror a sus enemigos,  aún después de su muerte, también  Zhuge Liang sacó ventaja de su fama. Su leyenda recoge la anécdota en  la que el héroe obliga a sus generales hacer una estatua de sí mismo, para así asustar al ejército contrincante y ganar tiempo en la retirada. Si las aventuras de Rodrigo Díaz de Vivar podemos disfrutarlas en el Cantar del mío Cid más difícil es leer en nuestra lengua lo  escrito sobre Zhuge Liang. Romance de los tres reinos no está  traducido al castellano oficialmente. Si el curioso tiene interés no le queda más remedio que fiarse de una traducción anónima colgada en internet (http://es.scribd.com/doc/89291122/Romance-de-Los-Tres-Reinos-Luo-Guanzhong-Capitulo-001-Traduccion-de-Edabe-c-Chronos-Gakuen-Fansub) en prosa. Desconocemos si ha sido traducida directamente del chino al español o se basa en la versión inglesa. Se acompaña de algunas notas aclaratorias a pie de página. La segunda posibilidad es recurrir a las traducciones en inglés, con la dificultad que comporta el texto en verso.  


En el interior del recinto  podemos contemplar el mausoleo dedicado a Liu Bei así como el templo San Yi que recuerda el pacto sellado entre él mismo, Guan Yu, y Zhang Fei en el famoso Juramento del Jardín de los Melocotones. En uno de los pabellones sobresale una estatua esculpida en honor de Zhuge Liang de 1672.  El valor de este lugar histórico no reside tanto en su riqueza interior sino en las personas a quiénes está dedicado.  Si las efigies que pueblan los pabellones parecen hechas de plastilina sin ningún gusto estético, la belleza reside fuera, en los jardines, en las casas de madera alrededor de los estanques, y en la placidez con que nadan sus peces.





     Son famosas también sus puertas, algunas completamente redondas, otras en forma de herradura, pero todas ellas con el misterio de quien parece adentrarse en la pupila de quien le mira. No sólo es un templo para el placer y  la armonía, sino que además los fieles dejan sus peticiones escritas en tiras rojas, colgadas alrededor de un tambor, e incluso, algunas de ellas, se sellan con candados. Esta imagen me transporta a la lejana ciudad de Nápoles. Las farolas que iluminan su bahía están decoradas con cientos de candados iguales que los de Chengdú aunque en este caso no son preces religiosas, sino juramentos de amor eterno.   



            Salgo de este remanso de paz y me adentro en la calle antigua de Jinli. A estas horas está llena de gente que juega a los dados chinos, toma té, charla, e incluso, aprovecha el tiempo de ocio para mejorar su higiene. La visión de un hombre limpiando los oídos con largos palillos de madera a una joven que se deja hacer tranquilamente capta mi atención. En ninguna otra ciudad de china había visto nada igual. En Xisanhuanbeilu, mi barrio pequinés, había observado a un médico ambulante que sentado en una silla, y con una pequeña mesa de camping, tomaba el pulso a los viandantes por menos de un yuan. Pero la parafernalia de este “limpiador de oídos” no tiene parangón. Y debe ser prestigioso pues varias personas se aglutinan a su alrededor esperando contratar sus servicios. A pesar de su éxito no me atrevo a probar  y sigo mi camino.





            Esta zona de Chengdú está llena de agua. Además de los estanques, un riachuelo cristalino recorre la calle, de forma que los establecimientos cuentan con pequeñas losas de piedra, que a modo de puente, permiten la entrada al local. Flores y plantas acuáticas decoran el recorrido abierto del mismo, con la finalidad de que el agua tenga oxígeno y se airee. Hubiese sido más sencillo cubrirlo entero, pero atentaría contra la búsqueda de armonía del pueblo chino. Nada más placentero que estar en un salón de té orillado por el rumor del agua.








            El área recreativa de Jinli, con sus casas de madera, sus flores en los balcones, y sus rojos faroles más bien se aproxima a un pueblito del valle de Arán, que a la China caótica de tráfico y suciedad que aún prolifera. En cambio,  el fluir constante de la multitud vuelve a situarte rápidamente en el país del loto. Me fascina el espíritu social que aún guardan y que lamentablemente  va desapareciendo en España. Pasear por Jinli es ver cómo los vecinos se reúnen y se entretienen no con la baraja española, sino con sus juegos chinos. Conocidos que se encuentran en los parques y se sientan tranquilamente a charlar, siempre al lado de los estanques, en corredores cubiertos que permiten la sombra, totalmente aireados para que la escasa brisa los recorra y los convierta en el lugar más fresco de toda la ciudad.  




            Terminado el paseo, salgo a una de las calles principales de Chengdú y el mundo idílico desaparece. Me asalta la realidad. Descampados con  grúas esperando, un tumulto de viandantes, motos, coches, ruido y el olor de contaminación que se acrecienta con el calor. Son las cinco de la tarde, una hora excelente para comenzar a cenar. Me encamino a buscar un restaurante donde se coma el típico plato sichuanés o hot pot con la premisa de localizar un lugar lleno de autóctonos (la mejor publicidad de un restaurador). Y la observación debe empezar por evitar los lugares donde abunden cámaras de fotos y guías turísticas. Esta vez, la intuición no me falla, pero la historia, como el buen hot pot, tendrá que esperar su punto de cocción, hasta el capítulo siguiente.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario