viernes, 3 de agosto de 2012

A ritmo de paipay

Sábado, 21 de abril


            Chengdú no es una ciudad que sorprenda al viajero común. Cuenta con varios templos de más de trescientos años de antigüedad, con varios parques donde los ancianos se reúnen a jugar o a practicar tai – chi y sus salones de té pueden encontrarse en otras ciudades chinas. Hasta aquí, nada nuevo. Tampoco su vetusta historia la diferencia de sus homólogas. Al igual que muchas poblaciones compatricias, Chengdú tiene un pasado milenario. Los primeros restos humanos datan de la Edad de Bronce, pero habría que esperar al siglo IV a. de C. para que se erigiese en  capital. Como toda urbe con un gran pasado alcanzó épocas de esplendor, y de decadencia. Fue la primera ciudad en la historia donde se acuñó el papel moneda a comienzos del siglo X, y también una de las más devastadas por el terremoto sufrido en 2008.








            Visitada por viajeros como Paul Theroux o Suso Mourelo, sus observaciones conforman el testimonio de una metrópoli que cambia y se reinventa año tras año. Para  el escritor norteamericano, el Chengdú de los ochenta era una urbe «descomunal» y carente de «encanto»; opinión contraria sostiene el escritor español, para quien la Ciudad Perfecta o Ciudad de Loto significa el primer lugar del que se despide sintiendo «auténtica nostalgia». El autor de Adiós a China nos dejó un legado abierto donde contemplar las diferencias acontecidas una década después. Si en su relato las chicas jóvenes se servían de los buscas para ser localizadas mientras las casas de té comenzaban a ponerse de moda, en el 2012, las mismas jóvenes de distinto rostro no dan tregua a sus móviles, o a sus tabletas de última generación.






         Las casas de té se extienden por el país, aunque Chengdú sigue oscilando la primacía cuantitativa. En ninguna ciudad de las que he visitado hay tantos salones de té como en la capital de Sichuán. Disfrutar del lento transcurrir de las horas,  u observar el fluir del agua sobre las hojas verdes constituye un placer  que practican muchos de sus conciudadanos. Por eso, callejear por la zona antigua de Chengdú, o por uno de sus parques poblados de teterías entraña todo un canto a la relajación y a la armonía.  





            Para el espíritu hedonista simboliza un homenaje a la vida plácida. Para el buen gourmet, su gastronomía es uno de sus máximos alicientes mientras que  los amantes de los animales se deleitan con la bonhomía  del oso panda.  En mi caso, una de las razones que me atrajo poderosamente residía en su pasado literario. Tu Fu y Li Bae, dos de los grandes poetas chinos, vivieron en Chengdú. Liu Bae y Zhuge Liang, además de personajes históricos, son protagonistas de la obra medieval el Romance de los tres reinos. El Templo del marqués de Wu les rinde homenaje. También la mitología tiene voz propia y así se cuenta que Lao Tse, transmutado en cabrero, se presentó de esta forma a un amigo con el que se había citado en los jardines del templo de Qinyang.





           
          Ante un lugar de estas características, uno no puede hacer otra cosa que ponerse unos zapatos cómodos, coger su cámara, y plano en mano, comenzar a descubrir lo que esta ciudad le depara. Si en mis múltiples viajes he descubierto que cada lugar varía según la retina que lo  mire, en China esta obviedad se acrecienta. Probablemente Chengdú me ofrecerá una visión distinta de la que ofertan las guías, o  de las que vivieron otros que me precedieron. De momento, solo salir a la calle ya me depara una sorpresa. Con prácticamente una humedad del cien por cien, y una temperatura de más de 25 grados, la sensación de ahogo es tremenda. Cuesta respirar, aunque en este caso, soy afortunada: la contaminación no alcanza los niveles de Pekín. Si solo se trata de combatir la asfixia, entonces nada mejor que utilizar el método de los antiguos y darle al abanico, o en este caso, a un pintoresco paipay 


           

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