martes, 23 de octubre de 2012

Sobre héroes y tumbas

Martes, 1 de mayo




Mientras Pekín celebra el día del trabajador, Pingyao sigue su rutina. Me despido de sus calles sin pavimento, de sus casas, una derruidas, otras haciéndose aún, y del constante ruido de claxon y motor, sea de sus peculiares taxis, o de sus cientos de motos. A medida que retomo el camino de regreso, los pueblos quedan minúsculos, y sólo se ven grandes extensiones de campo arado. Hoy los campesinos no quieren desperdiciar el día. Familias enteras, o labradores en solitario, “laboran sus cuatro palmos de tierra”. Cuanto más me alejo de la población, más nítido se vuelve el ambiente, como si el polvo de la atmósfera se diluyese entre los árboles. Aún así, no está completamente limpio; el sol entre las nubes, las casas al fondo, y ante mi, una extensión de terreno interrumpida por la mirada indiferente de los agricultores. El paisaje me recuerda los cuadros de Millet, con las espigadoras en primer plano doblando su espalda, en un día gris, donde el blanco del cielo a lo lejos se difumina con la cal de los edificios de la aldea.






Entre tanta llanura destacan los túmulos diseminados por las praderas sin ningún tipo de orden, ni epitafio, ni otra señal que de cuenta de su religión. Pueden llevar siglos sin que nadie se haya atrevido a deshacer la tumba. Cuando Blasco Ibáñez llegó a China se encontró con miles de montículos que impedían el trazado recto del cultivo, practicándose la agricultura a su alrededor. Nadie osaba tocar las inhumaciones aunque hubiesen pasado cientos de años. El escritor valenciano cuenta cómo la compañía ferroviaria tuvo que hacer cábalas para diseñar su línea porque era imposible cruzar un campo lleno de sepulturas. Por eso, tuvieron que trazar tramos tortuosamente dibujados para evitar el conflicto con los propietarios de las fincas: sus antepasados eran sagrados. La gente se moría y sus descendientes les enterraban en el terruño de su propiedad, si es que lo tenían, y en caso contrario, donde mejor pudiesen. En la cultura china permanecía una férrea devoción a los muertos; el no hacer un buen enterramiento podría originar la furia de los ancestros y que éstos regresaran para vengarse. Por eso, algunos llegaban a arruinarse para costear los gastos funerarios. Nada importaba más que el contento de los predecesores en la ultratumba. A principios del siglo XX circulaba la sentencia de que China era “una aglomeración de quinientos millones de vivos, aterrados por la presencia de miles de millones de muertos”.



 
¿Y qué ocurre en los albores del siglo XXI? Imaginaos, si es que se puede, una población de casi mil quinientos millones de habitantes y que todos deseasen un trozo de tierra donde ser enterrados. ¿Habría suficiente espacio para todos?... El Gobierno chino tuvo que tomar medidas al respecto para proteger el terreno cultivable. Se han promulgado leyes donde se afirma que es preferible la cremación a la inhumación. De hecho, los funcionarios de las provincias con un alto índice de población, están obligados por ley a incinerarse. Norma que no obliga a las minorías étnicas que preservan una fuerte tradición cultural y religiosa. Por ejemplo, los musulmanes chinos sepultan a sus muertos mientras los budistas los incineran. También en las aldeas de la montaña y del campo prefieren la sepultura obviando las leyes.



El rito funerario que se practica es común en toda China, sea incineración o inhumación. Cuando una persona fallece los familiares y amigos llevan el cadáver al crematorio y recogen las cenizas. Si son musulmanes, por ejemplo, le entierran bajo tierra. Se espera siete días porque al séptimo día se cree que el espíritu del difunto regresa al mundo. Por eso, ese día tan señalado tienen que dejarle una comida preparada, y evitar que el espíritu les vea. Es muy importante que todo se haga de esta forma, porque si el antepasado contemplase a alguno de sus seres queridos, no querría regresar a la ultratumba, condenándose entonces a deambular en este mundo por toda la eternidad.


 
La moda de los tanatorios también es una forma en alza en las urbes más modernas como Shangai y Pekín. El enterramiento a la manera occidental es símbolo de estatus debido a su elevado coste económico. Existen además cementerios que son un auténtico lujo, solo apto para las clases más privilegiadas. La evolución afecta asimismo a la costumbre indumentaria que va cambiando poco a poco, asemejándose a nuestro luto. Si antes predominaba el color blanco como señal de duelo, en la actualidad comienza a utilizarse el negro.
Al contemplar el trabajo de los campesinos y los túmulos próximos a ellos los versos de Machado acuden a mi mente: «son buenas gentes que viven/ laboran, pasan y sueñan,/ y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra».







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