jueves, 8 de noviembre de 2012

El aire que respiro II

Sábado, 5 de mayo

La esencia de las ciudades  se encuentra en sus diferentes olores. Éstos se impregnan en tu memoria conformando una idiosincrasia personal imposible de captar con la cámara. No podría definir una gran urbe como Pekín con sólo un olor. Según los sitios por donde transites, su aroma es diferente. Del espacio abierto de Tiananmen donde el aire parece fresco, se pasa al aire condensado de Weigongcun en la mañana, o al olor a comida frita en el atardecer.




 Hoy es una mañana de sábado azul, donde las cocinas improvisadas de las calles aún no han comenzado a freír. Por eso, en Weigongcun el aroma de los puestos de fruta se cuelan entre la fetidez del pequeño vertedero, justo en la salida trasera de la universidad. Hoy la novedad no está tanto en el sol de Pekín ni en este cielo  tan claro que me recuerda la luz madrileña, sino en la ausencia de olor.



En una ciudad tan poblada, los olores son tantos y tan frecuentes, que olvidas lo que es vivir en una atmósfera inodora. Desde mi llegada, el olfato se ha entumecido, porque Pekín no huele bien. Por ejemplo, dirigirme de mi casa a la facultad, supone soportar la hediondez urinaria de los barracones donde se hacinan quienes están construyendo el nuevo edificio del campus.  Viven en casas prefabricadas, alejados de sus familias que normalmente se encuentran a miles de kilómetros de la gran ciudad, en pequeños pueblos, en el campo. Por eso, procuran trabajar sin duelo, de lunes a domingo, con el fin de ganar un dinero que pueda mejorar sus ínfimas condiciones de vida. Este tipo de vivienda no es exclusiva de la ciudad universitaria, todo Pekín está poblado con este tipo de alojamientos construidos a pie de obra. 








Después, la tufarada de polvo y construcción, al pasar al lado de una promesa que no interrumpe su trabajo sea de día o de noche. Y es que las grúas en China no descansan nunca. Al acercarme al tercer anillo (la ciudad está dividida en anillos que giran en torno al punto cero o plaza de Tiananmen), se extiende una carretera de varias vías y predomina el dióxido del automóvil. Sigo avanzando, a través de un pasadizo donde los cocineros ambulantes instalan sus freidoras y ofrecen el desayuno o la cena, según la hora del día. Aquí los olores se diversifican al igual que el tipo de comida. Sin embargo, tienen algo que les caracteriza: el hedor a aceite refrito.




El mejor olor llega  al inicio del campus del Este. Es una plaza grande, con árboles, donde predominan las bicicletas y la circulación de vehículos es escasa, sólo permitida al personal laboral de la universidad. Entrar en este campus es respirar agua fresca, como penetrar en un mundo inodoro, un oasis que se mantiene impertérrito ante la amenaza pestilente que le rodea. Si es primavera, el aroma se viste de color y huele. El jardín se eleva con flores y asoman tímidos perfumes que te acercan a la fragancia. 
Sin duda, hoy es el mejor día para adentrarme en el mundo irisado de Weigongcun.




No hay comentarios:

Publicar un comentario