jueves, 26 de abril de 2012

Cuestión de fe

Domingo, 18 de marzo

            Aunque San Francisco Javier muriese antes de llegar a Pekín la escultura de bronce que decora la plaza de la Catedral del Sur no deja lugar a dudas de la importancia que tuvo su misión por tierras asiáticas. En diez años, el Santo hizo varios viajes con sede permanente en Goa. Desde la India a Malasia (1545 – 1548),  desde la India nuevamente a Japón (1549 – 1552), y finalmente desde Goa a la isla de Shangchuan donde fallecería mientras le facilitaban la entrada a la China continental.
Sus cartas son todo un legado antropológico sobre los pueblos que iba descubriendo.



Muy cerca de la escultura del santo español, en lo que fue la antigua misión jesuítica,  se alza la figura de Mateo Ricci, considerado el Fundador del intercambio cultural entre el Este y el Oeste.
Cuando Ricci llegó a Pekín en 1601 se presentó ante el emperador Wanli con todos los adelantos científicos europeos, desde relojes, instrumentos matemáticos, geográficos (mapamundi), o astrológicos. Ricci se ganó el favor del Emperador quien le permitió fundar la primera iglesia católica de la capital.
La Catedral del Sur o Iglesia de Santa María sufrió varios ataques a lo largo de la historia, y eso aún hoy puede percibirse. Que nadie espere encontrar un edificio con todo el fausto propio de las iglesias barrocas latinas. Del movimiento artístico  conserva su fachada, pero el interior está completamente remodelado. En 1775 fue destruida a causa de un incendio y los bóxers, en 1900, la redujeron nuevamente a escombros. Fue levantada en 1904, lo que explica que de su origen sólo conserve su estructura y que el interior sea un auténtico pastiche. Sin embargo, es todavía una iglesia viva. A lo largo del día se ofician misas en chino, inglés, italiano y español, y las pantallas laterales van traduciendo simultáneamente en varios idiomas.



Mientras el sacerdote imparte la misa observo la pequeña comunidad católica pekinesa, mitad occidental, mitad oriental que sigue atentamente la ceremonia. Al darme la paz me sonríen y hacen que me sienta en casa. Hay una felicidad tranquila en el ambiente. Durante la celebración el pensamiento de Ricci y Francisco Javier vuelven una y otra vez a mi memoria. Abandonaron su país, se fueron a tierras lejanas, se esforzaron en aprender las lenguas de los nativos, escribieron epístolas, libros que acercaron a Europa a culturas desconocidas mientras entregaban su vida a una única causa: salvar las almas de la condena del infierno. Francisco Javier criticó duramente a los sacerdotes que se quedaban en Europa, en las cómodas cátedras de La Sorbona mientras «muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no  haber personas que se ocupen en la evangelización (…); ¡cuánta almas dejan de ir a la gloria!». Para los que estamos fuera de España empresas como las de Mateo Ricci o Francisco Javier no dejan de admirarnos, máxime en países donde comer ya constituye por sí toda una aventura. Podremos comprenderlas o no, estar con ellas en acuerdo o desacuerdo, pero de lo que no cabe duda es de que fueron valientes, y obstinados, o simplemente una cuestión de fe.




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