Domingo, 18 de marzo
Aunque
San Francisco Javier muriese antes de llegar a Pekín la escultura de bronce que
decora la plaza de la Catedral del Sur no deja lugar a dudas de la importancia
que tuvo su misión por tierras asiáticas. En diez años, el Santo hizo varios
viajes con sede permanente en Goa. Desde la India a Malasia (1545 – 1548), desde la India nuevamente a Japón (1549 –
1552), y finalmente desde Goa a la isla de Shangchuan donde fallecería mientras
le facilitaban la entrada a la China continental.
Sus cartas son todo un legado
antropológico sobre los pueblos que iba descubriendo.
Muy cerca de
la escultura del santo español, en lo que fue la antigua misión jesuítica, se alza la figura de Mateo Ricci, considerado
el Fundador del intercambio cultural entre el Este y el Oeste.
Cuando Ricci
llegó a Pekín en 1601 se presentó ante el emperador Wanli con todos los
adelantos científicos europeos, desde relojes, instrumentos matemáticos,
geográficos (mapamundi), o astrológicos. Ricci se ganó el favor del Emperador
quien le permitió fundar la primera iglesia católica de la capital.
La Catedral
del Sur o Iglesia de Santa María sufrió varios ataques a lo largo de la
historia, y eso aún hoy puede percibirse. Que nadie espere encontrar un
edificio con todo el fausto propio de las iglesias barrocas latinas. Del
movimiento artístico conserva su
fachada, pero el interior está completamente remodelado. En 1775 fue destruida
a causa de un incendio y los bóxers, en 1900, la redujeron nuevamente a
escombros. Fue levantada en 1904, lo que explica que de su origen sólo conserve
su estructura y que el interior sea un auténtico pastiche. Sin embargo, es
todavía una iglesia viva. A lo largo del día se ofician misas en chino, inglés,
italiano y español, y las pantallas laterales van traduciendo simultáneamente
en varios idiomas.
Mientras el
sacerdote imparte la misa observo la pequeña comunidad católica pekinesa, mitad
occidental, mitad oriental que sigue atentamente la ceremonia. Al darme la paz
me sonríen y hacen que me sienta en casa. Hay una felicidad tranquila en el
ambiente. Durante la celebración el pensamiento de Ricci y Francisco Javier vuelven
una y otra vez a mi memoria. Abandonaron su país, se fueron a tierras lejanas, se
esforzaron en aprender las lenguas de los nativos, escribieron epístolas,
libros que acercaron a Europa a culturas desconocidas mientras entregaban su
vida a una única causa: salvar las almas de la condena del infierno. Francisco
Javier criticó duramente a los sacerdotes que se quedaban en Europa, en las
cómodas cátedras de La Sorbona mientras «muchos cristianos se dejan de hacer en
estas partes, por no haber personas que
se ocupen en la evangelización (…); ¡cuánta almas dejan de ir a la gloria!».
Para los que estamos fuera de España empresas como las de Mateo Ricci o
Francisco Javier no dejan de admirarnos, máxime en países donde comer ya
constituye por sí toda una aventura. Podremos comprenderlas o no, estar con
ellas en acuerdo o desacuerdo, pero de lo que no cabe duda es de que fueron
valientes, y obstinados, o simplemente una cuestión de fe.
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