sábado, 14 de abril de 2012

En la librería Zhengyang


Domingo, 11 de marzo


            Nada me complace más cuando estoy en una ciudad nueva, que coger mi guía,  examinar el plano y comenzar a caminar buscando el lugar elegido mientras me pierdo constantemente entre sus calles y la mirada curiosa de sus habitantes. El objetivo es llegar a Qian Men. Sin embargo, cuando la vida de la ciudad te atrapa tan intensamente como lo hace Pekín, el peligro está en no llegar nunca al lugar deseado. Y eso es lo que me ocurre mientras contemplo la antigua muralla que separaba la Ciudad Prohibida de la Ciudad China, o la parada del autobús, llena de gente que lee, habla o fuma con una calma alejada del Pekín estresante que anhela ser la primera potencia mundial.



            Me adentro por los hutongs del distrito de Dashilar mientras contemplo la auténtica China, esa que no aparece precisamente en todas las guías, y donde sus habitantes semejan vivir hoy igual que hace cientos de años. Si llevasen coleta y trajes orientales  podría estar aún hoy en el Pekín imperial. Sus calles grises y estrechas, los callejones abiertos, sus restaurantes sin las condiciones higiénicas mínimas y sus Salones de Te tan alejados del esplendor de los Salones turísticos hacen que me sienta una intrusa en casa ajena, como si estuviese explorando la trastienda prohibida de un comercio.



A pesar de ser la única occidental nadie me mira, y no me siento intimidada. Éste es uno de los rasgos que más me gusta del pueblo chino, la tranquilidad que irradian sus gentes. Te pierdes por las calles de Pekín y puedes ver multitudes caminando, algunos estresados, otros con más calma, pero sin atisbo de violencia. El lema vive y deja vivir bien podría definir este pueblo, al menos en apariencia. La protección es absoluta, incluso aquí, en este lugar donde no aparece ninguna cámara de seguridad, ni tampoco ningún guardia de barrio. O simplemente no interesa esta gente, o no se les considera peligrosos. Cuando llego a Langfang Ertiao descubro una tienda de antigüedades y algo mejor, una librería con un encanto especial. Dudo si entrar o no, pues me imagino que todos los libros estarán en chino, pero al final, me vence la curiosidad. Sus anaqueles repletos, un ligero desorden, y el polvo de quien lleva en silencio cientos de años me incitan a abrir la puerta. Mi olfato, esta vez, no me engaña. Acabo de adentrarme  en el corazón del auténtico Pekín.



            Cui Yong es el propietario de la librería. Estudió Economía y su camino brillante como financiero comenzó a tambalearse cuando en el 2007 vio cómo el barrio en el que había nacido, Ganjing Hutong, era derribado sin ningún miramiento. Este hecho hizo que comenzase a interesarse por la historia de Pekín, y que poco a poco, fuese reuniendo información sobre el pasado de su ciudad: libros, mapas, cartas, incluso fotografías y cuadros  conforman una librería con sabor antiguo en la que se pueden encontrar no sólo manuscritos del siglo XVII sino también relojes antiguos y hasta una lápida de piedra. Los eruditos pequineses confían en Cui Yong y él cuida a sus clientes. Me enseña libros escritos por amigos suyos, algunos con un reconocido prestigio y otros, esperando la luz en las estanterías.



 Aunque la comunicación no es fácil, pues él apenas habla inglés, nada de español, y yo, tres palabras en chino, logro enterarme de la historia de su familia. Seis generaciones de pekineses que vivían en este lado de la ciudad, y que en aquel entonces, a principios de siglo, eran propietarios de gran parte de Langfang.  Lo que hoy es librería fue el hogar de sus antepasados. Cui Yong se siente orgulloso y me enseña la foto de sus tatarabuelos, bisabuelos y abuelos. Vestidos con ropa oriental, largas trenzas en las espaldas, y peinados increíbles en las mujeres, la foto parece haber sido sacada de un fotograma de El último emperador de Bertolucci.  Mi nuevo amigo lamenta cómo con el comunismo perdieron todas sus posesiones y tuvieron que trasladarse a otra parte de la ciudad. Por eso, Cui Yong, sólo tiene un objetivo: que la historia del antiguo Pekín no desaparezca, aunque del pasado sólo queden las páginas.



El mundo de Cui Yong parece detener el tiempo. A la salida de su librería me doy cuenta de que comienza a anochecer y que hoy, ya no veré las torres  de Zhengyiang Men y Jian Lou. Al igual que muchos de los libros de Zhengyang, la visita que había planificado tendrá que esperar.



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