Sábado, 10 de marzo
Pekín es una ciudad a caballo
entre la gran metrópoli globalizada y la antigua capital del Emperador. No es
extraño encontrar un antiguo salón de té pegado a un McDonald’s. La fortuna me
lleva justo delante de Lao She’s Tea House. Es éste un salón de té con una
historia literaria y artística a sus espaldas. En primer lugar, su nombre se
debe a la obra de teatro que escribió Lao She, titulada El salón de té. No puedo evitar al leer su nombre, el recordar la
barbarie y vejación a la que fue sometido por los guardias rojos en plena
Revolución Cultural. Su muerte sigue siendo aún hoy un misterio. En su
interior, el busto de Lao She acompañado del rostro del pintor
Qi Baishi son más tentadores que el hombre a la puerta vestido con
túnica azul que no cesa de invitarte a entrar, mientras sonríe y te dice algo ininteligible .
Miro el reloj
y me doy cuenta de que no es la mejor hora para tomar el té, ni tampoco para
comer en un restaurante chino. A pesar de llevar unos cuantos días viviendo en esta
ciudad, aún no puedo seguir los horarios de las comidas, es decir, las doce del
mediodía y las seis de la tarde para la cena. Decido no arriesgarme y entrar en
el lugar que siempre sabes que estará
abierto encuentres donde te encuentres, sea Pekín, Roma, Nueva York o Bombay:
un McDonald’s. Aunque el marketing sea normalmente el mismo, tal vez el McDonald’s chino me muestre alguna peculiaridad que lo
haga diferente a los miles repartidos por todo el mundo. Abres la puerta y entras
lleno de confianza porque, al fin y al cabo,
estés en Londres, París o Madrid, sabes que el menú va a ser el habitual,
y que será fácil identificar el McTurkey, McPoulet o McPollo pese a la
diferencia fonética. Pero la gran sorpresa está a punto de aparecer.
Una de las características
de los camareros chinos es su falta de paciencia, y aquí no iba a ser una
excepción. La camarera, con su gorrita y camisa identificativos de la empresa,
me pregunta detrás de la barra que qué deseo. En ese momento, miro hacia arriba
para indicarle el consabido menú y me doy cuenta de que todo está escrito en chino .
Intento indicarle con el dedo lo
que yo creo que es un McPollo, pero no me entiende. Necesitaría una barrita un
poco más larga que mi dedo para llegar al menú que yo deseo y que la camarera
pueda comprender. Después de unos segundos de señales inútiles, me mira con
cara de lástima, sigue articulando, gesticula y cuando ya la cola se extiende
detrás de mí, decide sacarme la carta en inglés y me insinúa que me de prisa,
que no tiene mucho tiempo. Yo sonrío
mientras contemplo su gorrita y pienso que los cursos de atención al cliente
que suele dispensar la compañía americana aún no debieron de ser traducidos al
chino.
Curiosidad económica; ¿a cuánto cotiza el McMenu por allí? Por hacerse una idea de los precios locales.
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