martes, 10 de abril de 2012

Atención al cliente


Sábado, 10 de marzo



     Pekín es una ciudad a caballo entre la gran metrópoli globalizada y la antigua capital del Emperador. No es extraño encontrar un antiguo salón de té pegado a un McDonald’s. La fortuna me lleva justo delante de Lao She’s Tea House. Es éste un salón de té con una historia literaria y artística a sus espaldas. En primer lugar, su nombre se debe a la obra de teatro que escribió Lao She, titulada El salón de té. No puedo evitar al leer su nombre, el recordar la barbarie y vejación a la que fue sometido por los guardias rojos en plena Revolución Cultural. Su muerte sigue siendo aún hoy un misterio. En su interior, el busto de Lao She acompañado del rostro del  pintor  Qi Baishi son más tentadores que el hombre a la puerta vestido con túnica azul que no cesa de invitarte a entrar, mientras sonríe y te dice algo ininteligible .



Miro el reloj y me doy cuenta de que no es la mejor hora para tomar el té, ni tampoco para comer en un restaurante chino. A pesar de llevar unos cuantos días viviendo en esta ciudad, aún no puedo seguir los horarios de las comidas, es decir, las doce del mediodía y las seis de la tarde para la cena. Decido no arriesgarme y entrar en el lugar que siempre sabes que  estará abierto encuentres donde te encuentres, sea Pekín, Roma, Nueva York o Bombay: un McDonald’s. Aunque el marketing sea normalmente el mismo, tal vez  el McDonald’s  chino me muestre alguna peculiaridad que lo haga diferente a los miles repartidos por todo el mundo. Abres la puerta y entras lleno de confianza porque, al fin y al cabo,  estés en Londres, París o Madrid, sabes que el menú va a ser el habitual, y que será fácil identificar el McTurkey, McPoulet o McPollo pese a la diferencia fonética. Pero la gran sorpresa está a punto de aparecer.

Una de las características de los camareros chinos es su falta de paciencia, y aquí no iba a ser una excepción. La camarera, con su gorrita y camisa identificativos de la empresa, me pregunta detrás de la barra que qué deseo. En ese momento, miro hacia arriba para indicarle el consabido menú y me doy cuenta de que todo está escrito en chino .



     Intento indicarle con el dedo lo que yo creo que es un McPollo, pero no me entiende. Necesitaría una barrita un poco más larga que mi dedo para llegar al menú que yo deseo y que la camarera pueda comprender. Después de unos segundos de señales inútiles, me mira con cara de lástima, sigue articulando, gesticula y cuando ya la cola se extiende detrás de mí, decide sacarme la carta en inglés y me insinúa que me de prisa, que no tiene  mucho tiempo. Yo sonrío mientras contemplo su gorrita y pienso que los cursos de atención al cliente que suele dispensar la compañía americana aún no debieron de ser traducidos al chino.



1 comentario:

  1. Curiosidad económica; ¿a cuánto cotiza el McMenu por allí? Por hacerse una idea de los precios locales.

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