Lunes, 30 de abril
La animada Xi Dajie, una de las vías principales de Pingyao, está llena de visitantes; es difícil encontrar a la hora punta, las seis de la tarde, un sitio donde cenar. Al final, logro hacerme hueco en un restaurante con carta en inglés. La camarera me habla del plato estrella de la casa, una sopa de verduras y pollo, muy buena para la salud. Me la recomienda encarecidamente no sé bien si por su calidad o por su alto precio, aunque imagino que prima más bien lo segundo. La sorpresa llega cuando traen la olla a la mesa y la camarera sonriente destapa el “plato rey” de la casa.
No puedo creerlo, un pollito de pocos meses, con sus ojos vacíos, flota inerte entre la cebolla, los pimientos, las zanahorias y las diferentes clases de verduras.Mi rechazo es total, y siento náuseas. Después pruebo el caldo, ¡excelente!, lo único que pude comer esa noche. La profesora Yan me explicará cuando le cuente mi historia que es habitual cocinar el animal, con su cabeza y patas, y servirlo en la mesa íntegramente porque:
- es la forma de asegurarte lo que estás comiendo.
Al salir del local me fijo en las carnicerías, con sus productos expuestos a la intemperie, manjares suculentos para moscas y mosquitos; lo mismo ocurre con las frutas y verduras aglutinadas en cajas sobre la acera; tampoco las tiendas de ultramarinos, que aquí aún son frecuentes, son un dechado de higiene. Nada que ver con los grandes centros comerciales de Pekín, tan impolutos y globalizados que pierdes la noción del espacio geográfico y ya no sabes si estás en un Carrefour de Francia, España o China. No sé si por estar los productos en la acera, al aire libre, o porque no hay animales vivos, el olor es casi inexistente. Difiere totalmente de los mercados cubiertos en ciudades como Xian, donde los animales están vivos y los matan sobre la marcha, sean peces, pollos o cualquier tipo de mamífero no excesivamente grande. Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, en Pingyao los comercios son pequeños, y la matanza no se produce in situ. Llama mi atención la ausencia de pescaderías y la limpieza de los establecimientos textiles en contraposición con el sector alimenticio. Abundan, además, las zapaterías, donde las alpargatas, émulo del tisú, son todo un guiño al esplendor de épocas pasadas, cuando Pingyao era un importante exportador de seda y té.
Mientras me duermo, la cabeza de un pollo sin vida flota en mi cerebro, y mi estómago, enfadado, comienza a gritar. Consigo engañarle al estilo Carpanta, soñando con una jugosa tortilla de patata, un poco de jamón, pan de leña, y si se me apura, una buena fabada asturiana.
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