Lunes, 30 de septiembre
La vida intramuros de Pingyao gira en torno al turismo. Sus calles alternan tiendas de antigüedades y souvenirs con monumentos históricos. Me adentro en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la antigua Gobernación de Pingyao o Xianya Pingyao. Cruzar sus puertas es introducirse en un espacio de más de veinte seis mil metros cuadrados en los que se suceden tanto patios de distintos tamaños como pabellones de múltiples usos.
En su época había un granero, una cocina, dos salas de lo Civil, una prisión, varios templos y habitaciones interiores, probablemente destinadas a la recaudación de impuestos. Era, junto con el banco, el edificio más poderoso de la ciudad. Todo lo que en ella acontecía terminaba de forma directa o indirecta en este vasto recinto que albergaba tanto el poder ejecutivo y judicial, como la administración financiera. El tono gris de los patios asciende por los muros y se extiende al tejado. Esta concentración de grises monocordes produciría una tristeza inmensa si no se viese interrumpida por el verde de las plantas y el rojo de los faroles.
La sobriedad de la Gobernación se agrava al llegar a las celdas de la prisión. Entonces la melancolía del entorno se convierte en angustia; cubículos con camas de ladrillo, esterillas sobre la misma, y bóvedas de cañón. Afortunadamente es un número escaso por lo que uno no llega a sentir la opresión de los corredores encadenados de las cárceles de Europa, o peor aún, los infiernos como el de Sachsenhausen. Me comentan, además, que los reos detenidos aquí eran a causa de sus delitos civiles, y no penales. Deduzco de estas palabras que en este lugar no se aplicaba la pena de muerte.
Caminar a las dos de la tarde por la calle Sur de Pingyao es rendir un tributo al dios Morfeo. Los comerciantes, reclinados unos sobre los mostradores, echados otros en cómodas tumbonas, descansan plácidamente. ¿Habrá algún desalmado que ose interrumpir tan plácido letargo, o será su sueño tan ligero que ante la cercanía de un cliente se reincorporen prestos a la venta? No me paro a comprobarlo. Cruzo la Torre de la Ciudad antigua y me adentro en la calle Oeste donde me espera el banco de cheques o museo Wei Tai Hou.
El banco Wei Tai Hou era un importante punto de negocios de la seda hasta que comenzó, en 1826, a ejercer funciones financieras convirtiéndose en uno de los centros económicos más importantes de la ciudad. Todo el edificio guarda el estilo de las casas tradiciones de Shanxi, similar al Gran Patio de Qiao (vid. entrada “La linterna roja”, jueves 13 de septiembre). Este recinto está formado por cuarenta habitaciones en las que se exhibe el estilo arquitectónico tradicional y el mueble típico de la dinastía Qing. Contaba con una sala de aprendizaje donde los jóvenes hacían prácticas durante tres años. El primer año no tenían una tarea definida, salvo realizar encargos sin importancia de todos los departamentos. El segundo año, se centraban en la caligrafía y el último, en los negocios. Después, debían superar un examen oral y otro escrito.
El banco Wei Tai Hou tenía también un departamento de ventas, un departamento financiero, desde el que se controlaban las cuentas de los clientes, y un gabinete de comunicación. La misión de éste último era el coordinar todos los sectores, incluyendo los comunicados interdepartamentales. Finalmente, se encontraba la oficina del director central con poderes plenipotenciarios sobre todas las secciones. Constituía, además, el nexo directo con los propietarios del banco. A pesar del buen estado de conservación, el polvo de los anaqueles, el olor de madera vieja, y la ausencia del trajín económico dotan al Museo de un aire decadente, como un agujero negro absorbiendo la vida de los turistas. Huyo de ese mundo pasado y decido salir fuera de las murallas, a través de la puerta Sur o Ying Xun. La sorpresa es total.
Aparece una ciudad moderna, viva, concentrada en una amplia plaza desde donde se contempla el cauce contenido del río Fei. La alegría es absoluta. Niños jugando con sus bicicletas, rompiendo el aire con sus risas, ancianos conversando, jóvenes flirteando mientras caminan por un europeo paseo de madera. Una cometa ondea más alto que la muralla como queriendo ver lo que sus paredes esconden. Dentro, un museo viviente anclado en el pasado. Fuera, el país alegre y dinámico que tanto me cautiva.
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